sábado, 20 de junio de 2015

Recordando a Waterloo....

Waterloo, el gran teatro de la historia

Más de 6.000 figurantes recrean la decisiva batalla que doblegó a Napoleón en 1815

Imagen de la recreación de la batalla. / DAN KITWOOD (GETTY IMAGES)
¿Algo en el Waterloo de hoy no evoca al Waterloo de hace 200 años? No. El jueves Napoleón cenó en el complejo hostelero que se acaba de abrir en la granja Mont-Saint-Jean, antiguo hospital de campaña inglés. Wellington recorrió estancias de su propio museo como si le resultase desconocido y no la casa donde pernoctó antes de pasar a la historia como el hombre que hizo morder el polvo (el fango, en puridad, dada la lluvia caída antes de la batalla) a Bonaparte. Húsares, coraceros, soldados de infantería, cantineras, damas con vestidos de corte imperio, suboficiales y oficiales deambulan de acá para allá, se prestan a posar cuando se les requiere y asumen su rol histórico con profesionalidad. Waterloo celebra los dos siglos de la batalla que cambió el rumbo de Europa como una gran fiesta, que pasa de puntillas sobre los devastadores aspectos de la escabechina que conmovieron al propio Wellington: “Espero no volver a ver ninguna otra batalla como ésta. Ésta ha sido demasiado chocante. Es demasiado ver a hombres valientes, tan dignos los unos de los otros, despedazándose de esa manera".
Lo ocurrido el 18 de junio de 1815 enterró la era Napoleón, que había cabalgado sobre el mapa de Europa a sangre y fuego durante años, e inauguró los tiempos buenos del imperio británico. El liberalismo cayó herido, aunque se recuperó con creces. Se sucedieron revoluciones para lograr la independencia en Europa y América y, un siglo después, una masacre que duró cuatro años sepultó para siempre el mundo conocido como Antiguo Régimen. “Napoleón perdió la batalla, pero ganó la historia”, resumía con una sonrisa el figurante que encarna al general Friant, comandante en jefe de los granaderos de la guarda, horas antes de la teatralización de la contienda, organizada por asociaciones de recreación histórica.
Valonia, la región belga donde se ubica la localidad, ha tirado la casa por la ventana y ha invitado a unos 800 periodistas de todo el mundo –incluido EL PAÍS y otros medios españoles- a sumarse a la conmemoración durante dos días. El espectáculo no ahorró detallismo ni teatralidad. Sobre una campiña en pleno esplendor se desplegó una película con efectos incorporados de sonido y narración. Fue una versión suavizada de la guerra, sin apenas caídos pese a que, en 1815, se registraron 48.000 bajas (muertos, heridos y desaparecidos).
Aunque en verdad no acudió a Waterloo, la ficticia esposa de Napoleón presenció desde la grada la primera parte de la operación militar, que se anticipaba tan jubilosa para la familia. Será la última vez que Frank Samson, una abogado natural de Orleans de 47 años que lleva una década paseando con la mano en el pecho por las teatralizaciones napoleónicas, su esposa Delphina y sus dos hijos asuman los roles imperiales en una recreación histórica de Waterloo. Samson-Bonaparte ha impulsado la Asociación 1804 Imperio, que reproduce el cuartel general del emperador con la actuación de una veintena de personas.
Los negocios valones aprovechan el tirón de la historia para el presente: bares, tiendas de móviles y cines recurren a 1815 para vender algo. En las antiguas caballerizas de Waterloo, se muestran composiciones monumentales de la época con piezas de Lego, que se han incluido en la oferta turística. El jueves, al filo de la medianoche, se abrió oficialmente el bicentenario con Inferno, un espectáculo creado por Luc Petit, sobre la campiña donde se enfrentaron 163.000 europeos para matarse por unas fronteras y una idea de estado. En el campo quedaban cuerpos y dignidades, según relató tiempo después un soldado de infantería del 71º regimiento de la Highland Light: “Un general francés yacía muerto dentro del cuadrado: tenía una gran cantidad de condecoraciones en el pecho. Nuestros hombres se le tiraron encima para arrancárselas, empujándose y quitándoselas de las manos los unos a los otros”.
El campo luce ahora una cara idílica, nada que ver con el lodazal de 1815 donde se enfangaban caballerías. Ninguno de los 6.200 figurantes que participaron en la recreación histórica perdió los zapatos en el barro y pudieron jugar a la guerra –se emplearon 2.500 kilos de pólvora, 120 cañones (casi los mismos que dispuso Wellington) y 330 caballos- con elegancia ante unos 118.000 espectadores. Nunca antes Waterloo se ha conmemorado con tal derroche de presupuesto (10 millones de euros) y entusiasmo. En el centenario, Europa estaba de nuevo matándose y canceló los actos previstos. En el 150º aniversario hubo sus más y sus menos con De Gaulle, que boicoteó la efeméride. Waterloo sigue escociendo a unos –los franceses frustraron este año una medalla belga- y envaneciendo a otros: los ingleses hurtan a Prusia, y al mariscal de campo Von Blücher, todo el reconocimiento que le deben. Como dijo Napoleón en su definitivo exilio en Santa Elena: "Sin él allí, no sé dónde estaría ahora Su Gracia [Wellington], pero con seguridad yo no estaría aquí".

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