domingo, 22 de noviembre de 2009

Manualillos para una crísis ( 1 )

Volverán por Navidad.

La fantasmal visita de las crisis pasadas, presentes y futuras

Pedro Calvo 9:00 - 22/11/20091

Se creía más listo que los demás. Y presumía de ello. No ocultaba la holgura con la que vivía pese a los problemas económicos que apuraban a sus vecinos. "¡Paparruchas! A mí no me ha pillado la crisis. No lo ha hecho ésta ni lo hará ninguna", vociferaba siempre que podía para que le escucharan cuantos pasaban a su lado.


Una noche, en su casa, se disponía a acostarse. "Qué bien se está aquí", pensó. "Con el frío que hace fuera". La copiosa nevada confirmaba que el invierno se había asentado. "Hoy pongo una manta más", se dijo. Había sido uno de esos días que parece que nunca acaban. No le costó dormirse.

De repente, un ruido. Y una luz.

- ¿Quién anda ahí? -preguntó.

Se incorporó en la cama. Sus ojos se abrieron como los de un búho. Un fantasma le estaba mirando.

- ¿Ccc...ómo? -balbuceó-. ¿Quién eres tú?

- No me conoces -respondió el espectro con una voz cavernosa-. Soy el fantasma de las crisis pasadas.

No daba crédito a lo que escuchaba. Menos aún a lo que veía. Allí, en su dormitorio, una figura flotante le decía que había venido del más allá.

- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué vienes a verme? Márchate -ordenó-.

Las crisis pasadas
- Vengo a remover tu conciencia. Te vanaglorias de tu sapiencia y te mofas de la situación económica de los demás. Te voy a demostrar que te equivocas -aclaró el espectro-. Prepárate. Vamos a hacer un laaaargo viaje.

El fantasma de las crisis pasadas le cogió de la mano. Él la sintió fría, pero firme. La ventana se abrió. Y comenzaron a volar a una velocidad vertiginosa. Tan rápido, que no veía nada. Sólo un brillo cegador que le obligaba a cerrar los ojos. Hasta que se detuvieron.

No sabía dónde estaba. Y lo que es peor, en qué época, porque nada parecía actual.

- ¿Dónde estamos? -inquirió-.

- En Holanda. En el año 1637. ¿Ves aquel señor tan distinguido? -comentó el espectro mientras señalaba a un hombre alto, señorial-.

- Sí, tiene buen aspecto.

- Pues acaba de vender su casa por comprar diez bulbos de tulipán -precisó el fantasma-.

_ ¿Cómo? ¡Si parece inteligente!

- ¡Y lo es! Pero en aquella época hasta los más listos sucumbieron a la burbuja de los tulipanes. Nadie se libró de su propagación. Luego sobrevino el pinchazo de los precios, al que siguió una crisis económica que sirvió de escarmiento a todos. Ricos y pobres. Listos e ignorantes.

Volvió a cogerle de la mano. Reemprendieron la marcha. De nuevo veloz. De nuevo cegadora. Hasta que llegaron al destino.

- Estamos en 1720. En aquel tumulto, John Law está promocionando los títulos de la entidad promovida por él mismo, la Banque Royale, en París -expuso el fantasma-.

- Vaya, debe ser un negocio exitoso, viendo toda la gente que le rodea.

- En absoluto. Engañó a todas esas personas y a miles más. Supuestamente, los títulos estaban respaldados por oro procedente de las minas de Luisiana. Pero cuando los clientes acudieron a canjear los valores por el metal precioso, descubrieron que no había oro suficiente.

- ¡Menudo granuja! -terció-.

- Sí, pero no fue un caso aislado. En esa época, ocurrió algo similar en Londres con la Compañía de los Mares del Sur, auspiciada por Robert Harley, conde de Oxford -comentó el fantasma-.

Casi sin tiempo para reaccionar, volvieron a viajar en el tiempo. Seguían en el pasado, pero ya había más muestras de modernidad.

- Hasta ahora -intervino el espectro- has visto la euforia que siempre precede a las crisis. Ahora vas a observar las consecuencias. Es 1931, en Nueva York. Mira ese edificio. Es un comedor público. Contempla la fila de personas que esperan para comer algo. Y aquella otra calle. Observa cómo caminan las personas. Ellos sí que parecen fantasmas. Marchan desangelados, sin ánimo. Están en paro.

Por primera vez en muchos años, algo se movió en su interior.

- Vaya, me conmueven sus gestos -confesó-.

- No lo olvides. Nadie, ni los más listos, son inmunes a las crisis. Hubo más, como el crash de 1987 o la burbuja tecnológica de finales del siglo XX. Se suceden. Y siempre siguen un patrón similar. Una euforia, alimentada por el exceso de crédito y/o una innovación, genera una burbuja a la que se suman cientos, miles, millones de personas. Cuanto más crece, mayores son las consecuencias y más profunda la crisis posterior.

Tras esta advertencia, le devolvió a casa. A su dormitorio. Él quedó aturdido. Mareado por la experiencia, regresó a la cama para intentar relajarse. No pudo.

Otra luz. Y otra aparición.

La crisis presente
- ¡Soy el fantasma de la crisis presente! -indicó-. Ven conmigo.

Impotente, se dejó llevar. La situación le estaba superando por completo. Esta vez, apenas retrocedió en el tiempo. Viajó al año 2006. Y el fantasma le presentó tres escenas distintas. En Wall Street, vio una reunión entre unos banqueros de inversión y los representantes de una agencia de calificación. En Londres, asistió a las compras enfervorecidas de petróleo en el mercado de materias primas. Y en España, contempló cómo un banquero ofrecía a un cliente una hipoteca a tipo variable por la que le entregaba una cantidad equivalente al 110% del valor de la casa que iba a comprar.

- Ves -interrumpió mientras le pasaba la mano por el hombro-, son sólo tres ejemplos de los fallos y los abusos que han conducido a la situación actual. El ser humano no aprende. Ahí están las consecuencias: contracción económica, desempleo, pesimismo... Y todo por no recordar el pasado, por volver a incurrir en excesos crediticios que inflaron una burbuja financiera basada en el endeudamiento. Y por creerse, como tú, invencibles.

El mensaje había calado. De vuelta en su hogar, los remordimientos, algo desconocido para él hasta esa extraña noche, le asaltaron. Pero le esperaba una última sorpresa. La visita del fantasma de las crisis venideras.

Las crisis futuras
- ¡Vengo del futuro! Acompáñame -le propuso-.

-Estoy aterrado -acertó a declarar esta vez-. Iré contigo, pero no puedo más. Sí, ya he aprendido la lección. Sé que mi engreimiento puede conducirme a la ruina.

El fantasma no habló más. Simplemente le condujo a un indeterminado momento futuro. En una primera escena, él estaba ante sí mismo... pero con unos cuantos años más. Fanfarroneaba ante lo bien que marchaban sus negocios. "Los precios de la vivienda no bajan nunca y sé de sobra cómo funciona la bolsa. ¡Me estoy forrando con mis inversiones!", proclamaba en esa conversación.

Luego le situó más adelante en el tiempo. Se vio, de nuevo, a sí mismo. Estaba solo. Y arruinado. Malvivía de la caridad. La crisis posterior a la euforia se lo había llevado por delante. A él, el más listo de todos.

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