Una fotografía en blanco y negro. Un instante capturado y guardado para el recuerdo. En ella, cientos de trabajadores de una fábrica textil descansan para comer. Se sientan en largas mesas de madera esperando su comida, quizá el mejor momento del día. En sus caras no hay sitio para una sonrisa, sólo ojeras, miradas perdidas y los rasgos marcados por el trabajo duro. Esta imagen le ha valido a Víctor Erice para hablar de la vida, del paso del tiempo, de la crisis, de los recuerdos, y de paso para emocionar al Teatro Calderón. Su fragmento para Centro Histórico, tituladoCristales rotos, no era el último de la película, pero los espectadores no han podido esperar para regalarle un sincero aplauso.
Un reconocimiento para la mirada más poética de nuestro cine que, gracias a los testimonios de los trabajadores de la fábrica textil situada en Rio Vizela, ha dado una clase magistral de cómo se puede transmitir emoción y hacer que parezca simple. Con una puesta en escena despojada de cualquier truco Erice entrega un documento que le confirma, una vez más, como un artista fundamental.
Por si su obra fuera poco, Víctor Erice ha acudido a Valladolid a presentar la película. Lo que para otros puede suponer una normalidad, el conceder ruedas de prensa, se convierte en algo excepcional tratándose del realizador. Un encuentro que él ha querido que sea igual para todos. Sin jerarquizar y dar prioridad a algunos medios respecto a otros. Genio y figura. En la hora larga que ha pasado con los periodistas ha habido tiempo para hablar de todo, hasta de la actualidad de la industria del cine, de la que él se siente alejado pero por la que se muestra ciertamente preocupado aunque manteniendo una opinión crítica “El cine español es un fantasma industrial, siempre lo ha sido. Las mejores obras han pertenecido a la artesanía y no a la industria. Películas modestas, como El Verdugo. Siempre ha sido una industria dependiente, antes de las condiciones políticas, y ahora del criterio de las televisiones. No los considero verdaderos profesionales del cine”.

Escucharle hablar es como ver una de sus películas, desprende cine por los cuatro costados y embelesa con sus palabras que, muchas veces, ofrecen una visión pesimista de su oficio “El cine era el arte popular del siglo XX, crecimos con esa convicción. Ahora ha perdido ese rango. Es un vulgar entretenimiento que usa artimañas para captar al consumidor, porque ni siquiera lo considero ciudadano. Antes la mejor película del año era la más comercial, ahora eso no ocurre o es una excepción. Hay una fractura. Esto es problema del Ministerio de Educación, por supuesto, pero también del de Industria”.
A pesar de que desde El sol del membrillo no haya dirigido un largometraje, Erice ha seguido colaborando en proyectos comunes como este Centro histórico. Un filme que surge de la propuesta de la Fundación Ciudad de Guimaraes con motivo de su designación como capital europea de la cultura en 2012. Para desarrollar sus trabajos, los directores (entre los que inicialmente se encontraba también Jean-Luc Godard) recibieron total libertad de creación, un presupuesto cerrado y una premisa: ¿Qué somos a través de nuestra memoria y qué podemos hacer para compartirla con la de los demás?
Desde ese momento Víctor Erice se puso a bucear en los rincones de la ciudad y de su historia y descubrió un dato que le inquietó, Guimaraes era uno de los lugares de Portugal con una tasa de desempleo más alta. Muchas veces, en el lugar donde desayunaba veía como muchos hombres permanecían sentados, viendo cómo caía la lluvia, sin consumir nada. Los camareros les dejaban pasar allí su tiempo resguardándose. Por eso pidió visitar el paisaje industrial de la localidad y descubrió su fábrica textil. Un lugar ahora abandonado “como un Titanic hundido”, como comenta el director, que en su momento llegó a ser la segunda fábrica de tejidos e hilos más importante de Europa.
El cine es un vulgar entretenimiento que usa artimañas para captar al consumidor, porque ni siquiera lo considero ciudadano
Erice se puso en contacto con los antiguos obreros, que le comentaron todas sus experiencias. Al no ser partidario de manipular los testimonios vivos de la gente, el realizador optó por reescribir sus impresiones. Todo lo que se dice en Cristales rotoses un texto creado por él utilizando como materia prima los recuerdos de los antiguos trabajadores. Estos actuaron de coguionistas y ayudaron a la creación de sus discursos, por lo que nada de lo que cuentan es ficción, simplemente se le ha dado la forma exacta para cuadrar los tiempos y emocionar al público.
Entre los temas que surgen de las vivencias de esta gente se encuentra una crítica al capitalismo voraz que ha hecho que lugares como esta fábrica que daba trabajo a cientos de personas acaben en la bancarrota. Víctor Erice ha querido dejar en la mente del espectador la duda sobre si era su intención realizar un grito contra el sistema “yo doy la voz a la gente de Portugal”, ha añadido, aunque sí que ha aclarado que esa fábrica supuso un avance fundamental para la ciudad, ya que hizo llegar al pueblo dos inventos necesarios como el tren y la electricidad y consiguió que dejaran de ser una población sometida a una autarquía y se convirtieran en obreros industriales, “no era un mundo feliz, pero mejoraba el régimen feudal de antes, creó una vida real y modificó el estatus de la gente”.
Acompañándole se encontraba Pedro Costa, autor de otro de los fragmentos del filme, y que ha podido vivir como una sala entera se rendía a los pies de uno de los directores más importantes de nuestro cine.
Dos niños juguetones
Seminci ha completado su jornada dando un verdadero repaso a la historia del cine español, primero con Víctor Erice, y después con las Espigas de Honor entregadas a dos de nuestros más grandes actores: Concha Velasco y José Sacristán. Verles juntos, charlando, con complicidad y ternura es recordar títulos como Un hombre llamado flor de otoño, Más allá del jardín o Tormento. Tienen una química especial, y ante esto lo mejor que uno puede hacer es dejarles jugar. Porque así se definen ellos, como dos personas que disfrutan jugando, y el cine no es otra cosa que su forma de hacerlo.
Con una energía desbordante, ambos han repasado su carrera y sus anécdotas con mucho humor. Historias que han mostrado la cara más humana de dos estrellas que mantienen unos lazos de amistad desde que se conocieran cuando Concha Velasco bailaba en la compañía de Manolo Caracol, aunque como José Sacristán se ha encargado de aclarar “nunca nos hemos conocido bíblicamente”, a lo que la actriz ha respondido de forma jocosa “aunque me hubiera gustado”.
Los actores Concha Velasco y José Sacristán tras recoger la Espiga de Honor en la 58 Semana Internacional de Cine de Valladolid (EFE)Los actores Concha Velasco y José Sacristán tras recoger la Espiga de Honor en la 58 Semana Internacional de Cine de Valladolid (EFE)
A pesar de lo distendido del encuentro, Sacristán ha querido recalcar que sigue siendo un actor comprometido. Así lo demuestra su apuesta por nombres como Carlos Vermut o Isaki Lacuesta,gente joven con ganas de luchar y con fuerzas para intentar cambiar la situación del país “Actualmente hay una lucha de fuerzas tan desigual que esto es una guerra, y la estamos perdiendo. Yo de la derecha no me espero nada, pero me preguntodónde coño se habrá ido la izquierda, pero en toda Europa, es desolador”, una crítica que Concha Velasco ha reafirmado diciendo que ellos combaten con sus obras y su trabajo.
Un trabajo que les ha llevado a compartir destino en varias ocasiones y a desarrollar su carrera en cine, teatro y televisión. Como decía el actor “Sólo nos falta el circo”, aunque Concha Velasco también había hecho sus pinitos en el medio “Yo hice trapecio cuando cerraron el Circo Price”, a lo que José Sacristán ha tenido que replicar “Entonces yo me voy a poner a tragar bombillas y sables, tú no me ganas en esto”. Dos grandes actores, que además saben cómo ser cercanos para el público.
Entre tanto evento ha quedado escondida la película a concurso de la jornada de hoy, Papusza de Joanna Kos-Krauze, Krzysztof Krauze, que cuenta la primera mujer romaní que publicó sus poemas. Una historia que queda en un segundo plano ante la belleza formal del filme, con una fotografía en blanco y negro preciosa, y que hace que las dos horas y diez minutos se antojen excesivas (y algo aburridas). O a lo mejor es que los nervios por comprobar que Víctor Erice es de carne y hueso han podido con los cinéfilos de la Seminci.