5 DIAS
Desde hace unos años venimos hablando de educación financiera. De la necesidad de que el inversor de a pie tenga unos conocimientos mínimos para (1) entender el producto que está adquiriendo y (2) poder comparar entre alternativas similares a fin de elegir mejor. La legislación española del Mercado de Valores, desde el año 2007, trata de proteger al inversor minorista pretendiendo asegurar que, cuando un inversor adquiera un producto financiero, tenga experiencia y conocimientos suficientes.
¿De eso se trata la educación financiera? ¿De que un inversor sepa qué es una acción preferente? Si nos quedamos aquí, habremos dado un gran paso, sin duda, pero no habremos resuelto el problema. Mucho antes, con carácter previo, debemos aprender tres cosas importantes:
1.- Cómo nos relacionamos con el dinero. Cómo y para qué y cuándo lo ganamos, lo gastamos, lo ahorramos, lo pedimos prestado, lo donamos. ¿Cuáles son nuestros anclajes a la hora de utilizar el dinero?, ¿qué nos han enseñado en casa, en las escuelas?, ¿qué cultura del dinero nos rodea?. ¿Nos sentimos responsables de nuestras decisiones de consumo y ahorro? ¿Invertimos más tiempo y más dinero en formarnos, en ampliar nuestras posibilidades, de forma continua? ¿Somos conscientes de que nuestro futuro depende de nosotros, de que, como dice Javier Gomá, la vida tenemos que ganárnosla?
Un ejemplo me viene a la mente mientras escribo esto. Jesús Encinar, fundador de idealista.com hace año y medio contaba en su blog que “si hubiese pedido una hipoteca con 25 años probablemente habría ganado dinero comprando una casa... pero no habría podido viajar, estudiar, conocer mundo, explorar ideas y montar negocios”. La pregunta es ¿cuál es tu proyecto vital? Y, después, ¿cómo vas a financiarlo?
2.- Un inversor particular no es una cartera de acciones o de fondos o un plan de pensiones. Esa visión estrecha y parcial del riesgo como “jugarse los ahorros” nos impide ver, por ejemplo, que uno de los riesgos más relevantes asumidos por el inversor en los últimos años, al calor en muchos casos, de la laxitud y proactividad de las entidades financieras en la concesión de hipotecas, ha sido embarcarse en proyectos financieros que a la larga, bien por encarecimiento de los tipos y diferenciales, bien por problemas no anticipados en la estabilidad en los ingresos, han devenido en situaciones de quiebra familiar.
Hace falta enseñar qué es el riesgo, cuáles son las fuentes de riesgo que hay que considerar en cada inversión, para determinar si necesitamos asumirlo, si podemos hacerlo y en qué cuantía y momento. Demonizando la asunción de riesgo es imposible que un país innove y emprenda. Nos quejamos de que la banca no presta y los depósitos no hacen más que crecer, obviando que hay oportunidades de inversión y buenos proyectos que necesitan financiación… El riesgo es la fuente de la rentabilidad y esto no está en la cabeza del inversor español.
3.- Quién te acompaña en este viaje y el tipo de relación que quieres tener con tu entidad o asesor. Si permitimos que la conversación acerca del ahorro para nuestra jubilación gire en torno al regalo que nos hará la entidad al aportar al plan de pensiones, ¡cómo vamos a hablar de asesoramiento!
En algo menos de 30 años, hemos vivido una transformación brutal de nuestro sistema financiero, hoy tan dañado, y el proceso de desintermediación financiera emprendido a finales de los 80, no se ha concluido, aunque bien podríamos decir que nunca comenzó realmente si consideramos que la toma de decisiones de inversión sigue canalizándose a través del intermediario financiero por excelencia, los bancos y las cajas de ahorro.
Más allá de los depósitos, los fondos (mayoritariamente garantizados) y otros productos, el problema ha venido cuando las entidades han comenzado a poner a disposición de los inversores sus propias emisiones, de renta fija (pagarés, subordinadas...), híbridas (preferentes, convertibles...) y de renta variable (acciones, ampliaciones liberadas, planes de reinversión de dividendos...). El cliente, sin apenas darse cuenta, ha pasado a ser acreedor o accionista, compartiendo el riesgo de la entidad y sirviendo a los intereses de ésta más que a los suyos propios. El problema por tanto no está en los activos. ¿Y si hubieran ido bien? ¿Y si pudiese vender mis preferentes a la par? ¿Y si pudiera convertir mis bonos en acciones con prima? El problema es que ya no tengo un asesor, tengo un deudor o un socio, lo que significa que en parte o en todo, paso a participar de su riesgo y ventura.
En este sentido, la educación financiera debería ayudar al inversor a discernir cuándo está comprando un producto financiero, con asesoramiento o sin él, y cuándo está financiando a la entidad de la que es cliente.
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