Especuladores aficionados y profesionales
Fernando Méndez Ibisate
Ni el especulador es necesaria e irremediablemente un estafador -estafador puede serlo cualquiera en su vida- ni la acción de especular es mala: todo lo contrario pues genera riqueza en la sociedad; ni necesariamente los especuladores son un grupo específico y experimentado de la población. ¿Qué tal si descubro que todos somos especuladores y nos comportamos como tales a poco que nos den una oportunidad?
De hecho, ha bastado el anuncio con fecha fija del cobro de parte de las recetas farmacéuticas y, sobre todo, la publicación por parte de la Administración de toda una serie de fármacos o compuestos muy populares que dejarán de subvencionarse a la población para que buena parte de los consumidores hayan adelantado sus compras y acaparado tales medicamentos, hasta el punto de dejar desabastecidas de ellos, al menos por un tiempo, a muchas farmacias. Eso es especulación.
Después de todo, especular no es sino buscar ganancias -pudiendo realizar tanto ganancias como pérdidas con tal búsqueda- mediante las diferencias de precio debidas al tiempo (temporales) o al espacio (espaciales) que se producen en los bienes, mercancías, factores, servicios, activos (reales o financieros), etc. Suele afirmarse que el comercio es la actividad especulativa por excelencia. Pero, y aquí reside buena parte de su incomprensión, desde Platón y Aristóteles hasta nuestros días (inclúyase en la lista por ejemplo a Marx o Keynes), la mayor parte de nosotros no entendemos ni aceptamos que de una actividad más o menos inmaterial, que no es visible o tangiblemente productora o transformadora, pueda generarse valor y mucho menos riqueza.
Puesto que el comercio simplemente consiste en comprar cosas ya hechas, producidas o transformadas para venderlas a precio diferente, ¿cómo es posible la alteración de su valor si nada nuevo se ha aportado? (Por cierto, nadie aluda lo de "cualquier necio confunde valor y precio" porque quien sí confundía esos términos entre utilidad total y marginal era el poeta). Con el tiempo, se fue aceptando que no era lo mismo una alfombra en Bagdad o Damasco que en Florencia o Toledo y que la disposición inmediata del producto debido a una transformación espacial -que en el fondo también lo es temporal- sí podía o debía compensarse de algún modo. Sí creaba riqueza. Pero más duro de entender y aceptar es la transformación temporal, la generación de información, la cobertura de incertidumbre o mejora en la seguridad ante contingencias probables, muchas veces intangibles, que produce la especulación en el tiempo.
Antes debe entenderse que de un mero intercambio entre dos personas de cosas ya producidas se cree valor y, con ello, riqueza. Esto lo explicaron bien los economistas austríacos (Menger, von Mises o Hayek), pero había sido percibido y transmitido por Martín de Azpilcueta en 1556, Richard Cantillon en torno a 1730 o Adam Smith en 1776, entre otros. Cuando alguien entrega un bien o dinero a otra persona y ésta le da a cambio una mercancía -o al revés- ambos salen ganando (si la transacción es sin coacción y sin engaño) pues, de lo contrario, el acuerdo -que eso es una transacción- no habría tenido lugar. Ambos son más ricos, pues ambos poseen ahora una cosa que valoran personal e individualmente al menos tanto como lo entregado a cambio.
No detallaré lo mucho que aporta la actividad especuladora, tanto en posiciones largas como cortas o bajistas, a la economía y a la sociedad entera: produce información; descubre precios; aumenta y acelera la consecución de equilibrios en los diferentes mercados; incorpora nuevos datos con más rapidez produciendo precios más fiables; reduce los costes de las operaciones y mejora la liquidez; permite asignaciones más eficientes tanto de capital como de riesgos; produce servicios de arbitraje reduciendo o cubriendo parte de los riesgos de las operaciones; disminuye los costes del capital reduciendo la volatilidad del mercado a la larga... En definitiva, aumenta la eficiencia de los mercados. Y todo esto en sistemas vigilados o regulados, pero no intervenidos directamente.
La diferencia fundamental de esta especulación en cualquier mercado más o menos libre con la de los medicamentos o la de las gasolineras, cuando los precios los fijaba el Gobierno, reside en que estas otras están motivadas e impulsadas por una intervención administrativa y el beneficio o perjuicio repercute exclusivamente en el especulador sin beneficiar al resto de la sociedad (las diferencias de precios duran lo que la norma establece sin aumentar la información) e incluso, casi siempre, perjudicándola en beneficio de un grupo. La otra diferencia es que, mientras aquellos especuladores tienden a ser profesionales, en la especulación administrativa concurre el público de forma más amateur y excepcional.
Fernando Méndez Ibisate, de la Universidad Complutense de Madrid.
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